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Recuerdo que cuando era niña soñaba muchas veces con volar.

Me encantaba elevarme, notando el aire en mis mejillas.

En las noches estrelladas me alzaba hasta el infinito, rozando las estrellas y llenándome con la energía del Universo. Luego bajaba y volaba sobre las copas de los árboles, observando todas aquellas criaturas que habitaban en mi mundo.

Era maravilloso, me sentía libre, sin barreras que me impidieran avanzar.

Era capaz de conseguir cualquier cosa, segura, fuerte, valiente y confiada.

Me sentía parte de TODO, hermanada con la Tierra, el Mar, los Árboles, los Animales y las Personas.

Recuerdo esos instantes de felicidad como algo muy lejano y la nostalgia invade mi corazón.

Esos sueños maravillosos formaban parte de mí y yo de ellos.

¿En qué momento dejé de sentirlos?, ¿cuándo limité su frecuencia?, ¿qué hizo que dejaran de aparecer en mi vida?

Tengo una ligera idea de lo que ocurrió.

Empecé a ver la vida como un camino difícil, lleno de obligaciones y el miedo fue ganando terreno poco a poco, hasta que acabó instalándose en mí por completo.

No voy a analizar culpables. Ya sabemos que el miedo y la represión son los mejores instrumentos políticos, religiosos y educativos para dirigir una sociedad.

Pero eso ya pasó, ya he empezado a retomar las riendas de mi vida. No estoy dispuesta a vivir con limitaciones.

Ya no permito que el miedo me paralice, a pesar de que, en ocasiones, me resulta difícil salir de mi zona de confort.

Aún así, decido hacerlo si creo que vale la pena intentarlo.

Sé que soy capaz de conseguir lo que me proponga. Creo firmemente en mí. Soy una mujer completa. Tengo todo lo necesario para vivir mi vida como deseo y decido rodearme de aquellas personas que suman.

Ya no me dejo manipular por mis creencias limitantes ni por el miedo.

Decido tomar las riendas de mi vida y seguir mi camino con ilusión y con decisión, creyendo en mis capacidades. 

Ahora sé que puedo.

Y tú, ¿quieres dirigir tu vida o prefieres lamentarte de tu destino?

¡Tú decides!