Mirar al mar nos produce una sensación única, nos reconforta. Sentimos una atracción especial, disfrutando de su encanto y su poder.
A menudo se destacan los beneficios que se obtienen tanto de su contemplación, como de su disfrute. Su valor es incalculable y sus beneficios son espectaculares.
Llegar agotada tras un día de playa te produce una inmensa relajación, contemplar las olas del mar o bañarte en sus aguas también te proporciona un efecto reparador.
Yo soy de las que disfrutan con las sensaciones que produce en las primeras horas del día, cuando la paz se palpa en el ambiente, cuando no hay nadie a mi alrededor y puedo entregarle mis pensamientos, mis emociones y mis miedos. Siento su fuerza y su inmensidad, noto su efecto tranquilizador en mí, su abrazo sincero y su energía poderosa. Al contemplarlo, empiezo a activarme, a sentirme viva, a fluir, a disfrutar de lo que soy, a valorar todo lo que está a mi alrededor.
El mar me permite volver a mi centro, aportándome la claridad mental que necesito para afrontar el alba, para recibir el nuevo día con ilusión, para vivir llena de energía y posibilidades.
Caminar hundiendo mis pies en la arena y bañarme en sus aguas es maravilloso. Notar la brisa del mar acariciando mi rostro, mientras respiro ese olor a sal, me permite soñar, despierta mi creatividad y apacigua mis temores.
Somos agua en grandes proporciones, es lógico que sintamos esa necesidad de reconexión, esa llamada a la unidad.
Todos nuestros sentidos se activan cuando entramos en contacto con él, contemplar su azul suave o intenso relaja nuestro cerebro, oler la sal nos proporciona un efecto embriagador, sentir el rumor de las olas rozando la arena provoca un efecto tranquilizador y tocar sus aguas calmadas nos devuelve a nuestro origen.
A su lado, aumentamos nuestra confianza, recuperamos nuestra fuerza, volvemos a conectar con el momento presente y apartamos esos pensamientos recurrentes que forman parte del pasado o del futuro y que no encajan con nuestra experiencia.
Podemos pasar largas horas contemplándolo, relativizando el tiempo, mientras disfrutamos del aquí y el ahora, renovando nuestras sensaciones, reactivando nuestra energía y nutriendo nuestro ser.
Su efecto terapéutico es incalculable por lo que es importante acudir a él siempre que podamos, respirar su esencia, contemplar su inmensidad o sentir su efecto tranquilizador.
Si eres como yo y te encanta la meditación, el mar es un lugar maravilloso para conectar con tu interior, para dejar tu mochila a un lado y reencontrarte con tu autenticidad, destapando las capas protectoras que no te permiten ser tú misma.
Yo disfruto de contemplarlo, sentirlo, olerlo, saborearlo y escuchar su frecuencia. Me aporta un cúmulo de sensaciones placenteras únicas y enriquecedoras, por lo que acudo a él siempre que tengo la oportunidad.
Si vives cerca del mar, no dudes en incorporar sus beneficios a tu vida, disfrútalo y abraza su riqueza. La vida está llena de momentos maravillosos, de experiencias enriquecedoras que nutren nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma.
La naturaleza te acompaña a cada paso, proporcionándote todo aquello que necesitas para seguir adelante.
Si asi fuera lo que hemos aprendido en esta crisis, mucho habremos ganado y todos saldremos fortalecidos. Nicolina Abbott Friedly